La célebre autora chilena Isabel Allende triunfa con ‘El viento conoce mi nombre’ (P&J), una novela que pone el foco en la parte humana y solidaria en el drama de la inmigración. Su libro es luminoso. Ella, también.
Dice no darse grandes lujos a pesar de ser la escritora viva más leída en español, con 25 libros publicados y más de 75 millones de ejemplares vendidos. Prefiere destinar recursos a su fundación, creada en honor a su hija Paula -prematuramente fallecida con 29 años- y destinada a apoyar a gente vulnerable, como los refugiados en la frontera de Estados Unidos.
Infatigable y radiante a sus 80 años, Isabel Allende nos recibe vía Zoom en su casa de Sausalito, en California, donde vive con su tercer marido, Roger Cukras, y muy cerca de su hijo Nicolás y de su nuera Lori Barra (que firma estos retratos). Su nueva novela ‘El viento conoce mi nombre’ (Plaza & Janés), que lleva semanas en el top ventas, arranca en 1938, cuando el niño judío Sam Adler es enviado solo a Reino Unido en un ‘kindertransport’ solidario. Ochenta años más tarde, Anita, una niña salvadoreña invidente, es separada de su madre en la frontera con Estados Unidos.
Hablamos con la autora de su libro, de feminismo y de vida, en una entrevista relajada que nos muestra su lado más luminoso.
¿De qué manera nace la novela?
En 2018 una política de Trump separaba a las familias en la frontera. Los niños estaban en jaulas y los padres, desesperados, eran deportados muchas veces a un país que no era el propio. Fue un escándalo internacional, por lo que hubo que suspender esa política. Pero, aunque de noche y a escondidas, siguieron haciéndolo. Nadie pensó en la reunificación, por lo que cientos de niños se quedaron sin su familia. En ese momento ya empecé a pensar en escribir sobre esto. Eso se unió a un recuerdo muy vívido que yo tenía, sobre una obra de teatro que vi sobre el ‘kindertransport’. Antes de la guerra enviaron a Inglaterra a unos 10.000 niños judíos, en tren y sin sus padres. El 90% de ellos nunca supo más de su familia. La obra me impactó y me hizo preguntarme qué hubiese hecho yo. Te juro que no lo sé. En la novela he unido a dos personajes con una historia similar: vienen de mundos diferentes pero les une un trauma.
¿Qué le dirías a la gente que hace las políticas de migración?
Que fueran a la frontera. Que miren la cara de la gente y les pregunten los nombres y por qué están ahí. Cuando tú conoces una historia personal, como conozco yo, dejan de ser números abstractos. Las cifras no significan nada hasta que no los ves y sabes cuál es la tragedia detrás de cada persona.
De todos los casos que has conocido, ¿hay alguno que haya inspirado el caso de Anita?
Sí hay una niñita, Juliana, y un niño, Juan, en quienes basé mi historia. Anita está basada en Juliana, pero es ficción. O sea, no es la historia exacta de la niña, pero Juliana también era una niña ciega. La separaron de la mamá y la encontró ocho meses más tarde. Los deportaron a todos y se perdieron en México, ya no supimos más de ellos.
Dice no darse grandes lujos a pesar de ser la escritora viva más leída en español, con 25 libros publicados y más de 75 millones de ejemplares vendidos. Prefiere destinar recursos a su fundación, creada en honor a su hija Paula -prematuramente fallecida con 29 años- y destinada a apoyar a gente vulnerable, como los refugiados en la frontera de Estados Unidos.
Infatigable y radiante a sus 80 años, Isabel Allende nos recibe vía Zoom en su casa de Sausalito, en California, donde vive con su tercer marido, Roger Cukras, y muy cerca de su hijo Nicolás y de su nuera Lori Barra (que firma estos retratos). Su nueva novela ‘El viento conoce mi nombre’ (Plaza & Janés), que lleva semanas en el top ventas, arranca en 1938, cuando el niño judío Sam Adler es enviado solo a Reino Unido en un ‘kindertransport’ solidario. Ochenta años más tarde, Anita, una niña salvadoreña invidente, es separada de su madre en la frontera con Estados Unidos.
Hablamos con la autora de su libro, de feminismo y de vida, en una entrevista relajada que nos muestra su lado más luminoso.
¿De qué manera nace la novela?
En 2018 una política de Trump separaba a las familias en la frontera. Los niños estaban en jaulas y los padres, desesperados, eran deportados muchas veces a un país que no era el propio. Fue un escándalo internacional, por lo que hubo que suspender esa política. Pero, aunque de noche y a escondidas, siguieron haciéndolo. Nadie pensó en la reunificación, por lo que cientos de niños se quedaron sin su familia. En ese momento ya empecé a pensar en escribir sobre esto. Eso se unió a un recuerdo muy vívido que yo tenía, sobre una obra de teatro que vi sobre el ‘kindertransport’. Antes de la guerra enviaron a Inglaterra a unos 10.000 niños judíos, en tren y sin sus padres. El 90% de ellos nunca supo más de su familia. La obra me impactó y me hizo preguntarme qué hubiese hecho yo. Te juro que no lo sé. En la novela he unido a dos personajes con una historia similar: vienen de mundos diferentes pero les une un trauma.
¿Qué le dirías a la gente que hace las políticas de migración?
Que fueran a la frontera. Que miren la cara de la gente y les pregunten los nombres y por qué están ahí. Cuando tú conoces una historia personal, como conozco yo, dejan de ser números abstractos. Las cifras no significan nada hasta que no los ves y sabes cuál es la tragedia detrás de cada persona.
De todos los casos que has conocido, ¿hay alguno que haya inspirado el caso de Anita?
Sí hay una niñita, Juliana, y un niño, Juan, en quienes basé mi historia. Anita está basada en Juliana, pero es ficción. O sea, no es la historia exacta de la niña, pero Juliana también era una niña ciega. La separaron de la mamá y la encontró ocho meses más tarde. Los deportaron a todos y se perdieron en México, ya no supimos más de ellos.
A pesar de que tienes 80 años, tu ritmo de publicación no decae. ¿De dónde sacas toda esta energía que tienes?
Me preguntan que cuando me jubilo. Yo ya estoy jubilada de todo lo que no me gusta: de la gente que no me gusta, los viajes que no me gustan, las conferencias, la vida pública… Me gusta jugar con mis perros, estar con mi marido y escribir, para qué me voy a jubilar de lo que me gusta.
Se te ve con muy buena salud…
Toco madera. Tengo una salud sorprendente. Muy buena salud y energía. Me puedo parar del suelo en un solo movimiento, subo corriendo la escalera, no tengo ninguna enfermedad ni malestar de ninguna clase. Cuando me preguntan qué se necesita para tener una buena vejez, siempre digo: se necesita primero buena salud, después suficientes recursos para no pasar pobreza y tener acceso a lo que necesitas y, por último, comunidad. Necesitas tener una familia o una comunidad porque la soledad mata, deprime. La otra cosa que a mí me ha ayudado mucho es un propósito. Mi propósito es contar historias. Y estoy en eso y en todo lo que eso implica: investigar, estar en el mundo, preguntar, entrevistar a gente.
¿Qué tipo de madre y abuela eres?
Fatal. Paulita murió muy joven y era una amiga sensacional. Y con Nicolás somos…. Yo no he visto nunca una relación así entre madre e hijo. Porque Nico y yo somos muy independientes y muy diferentes pero vivimos a doce minutos de distancia y trabajamos juntos. Hablo con él o lo veo todos los días. Maneja los contratos, mis finanzas, mi calendario, los agentes, los periodistas… Lo maneja todo y mi nuera maneja mi fundación. Estoy con ellos todo el tiempo y es una relación de gran respeto mutuo y de libertad, pero de inmensa confianza y cariño. Ahora, los nietos tienen alrededor de 30 años, cada uno vive en un estado distinto. Los veo poco y no los echo de menos. Cuando estoy con ellos, estoy feliz. Cuando me mandan un mensaje, estoy feliz. Pero no los echo de menos porque llegué a un momento en mi vida en que no voy a sufrir por lo que no tengo. Voy a gozar lo que tengo.
En ‘El viento conoce mi nombre’ no faltan los espíritus. Cómo no. ¿Crees en la vida después de la muerte?
No, pero creo que uno cambia de estado. El espíritu puede ser que se transforme y se quede en el universo. Yo creo que, por ejemplo, mi mamá y mi hija son espíritus que me rodean y se trata de un ejercicio de amor y de memoria: de recordarlas, de tener sus fotografías por todas partes, de saludarlas en la mañana cuando me levanto… Pero no creo que anden los fantasmas dando vueltas. Mi abuela y mi mamá sí creían. Y tampoco hay que negar el misterio de la vida.
“La Casa de los Espíritus” acaba de cumplir 40 años y va a convertirse en una miniserie. ¿En qué punto está este proyecto?
Están eligiendo el elenco y yo creo que está bastante avanzado. Así que estoy feliz porque han habido muchos proyectos así que se quedaron en el tintero… Me pasó lo mismo con el documental que hicieron sobre mi vida. Creía que al final no conseguirían financiación y al final resultó que sí. No lo podía creer.
¿Ves muchas series?
Con mi marido buscamos películas buenas, las que recomienda The New York Times, las de la BBC, las obras maestras… Tratamos de no “enchufarnos” con una miniserie porque ya te conviertes en esclavo, no puedes moverte. Yo me obsesiono completamente, no puedo dejarlo. Empezamos a ver ‘María Antonieta’ y resulta que hay que esperar una semana para cada capítulo. Yo no puedo esperar una semana, no me da la paciencia (risas).
40 años de una carrera llena de éxitos. ¿Cómo se lleva Isabel Allende con la fama?
Eso pasa en un círculo exterior. La vida de uno no cambia. Yo sigo levantándome a las 05:30 de la mañana, tengo un auto chico de doce años de vida y vivo en una casa chica. No hay ningún glamour en esto. Yo no sé cómo será de otros escritores, pero yo no tengo casa en la playa, ni apartamento en París, ni me veo con el Príncipe de Gales. Nada. Mi vida es absolutamente privada. Yo no diría modesta, porque he pasado pobreza y sé lo que es la modestia, pero estoy bien y no necesito más. Gran parte de lo que yo gano ha servido para educar a otra gente y para mantener la fundación. Tengo una cabeza, para qué quiero dos sombreros.